Cada vez veo más pacientes en consulta que conviven con la ansiedad. Suelen tener unas rutinas muy marcadas en su día a día llenas de listas de “lo que tienen que hacer” y su meta es ir tachando las diferentes actividades. Cuando les pregunto por su tiempo de ocio suelen sonreír y me dicen que no tienen tiempo para eso, que no paran de la mañana a la noche, que les gustaría pero les es imposible dedicarse un poco de tiempo a ellos mismos.
Queremos ser los mejores trabajadores, los mejores padres, los mejores hijos… pero somos los peores con nosotros mismos. Nosotros somos los grandes olvidados. A veces les pedimos a los demás que se acuerden de nosotros, de nuestro cumpleaños, de preguntarnos qué tal estamos, y nos enfadamos y decepcionamos si los demás no lo hacen.
Y tenemos razón, ojalá los demás se acordaran de esas cosas, nos tuvieran presentes y se preocuparan de nosotros. Pero en el fondo les estamos pidiendo que hagan por nosotros lo que ni siquiera nosotros hacemos por nosotros mismos. Eso tampoco es justo.
Dejamos en manos de otros lo que nosotros no hacemos. Y esa es nuestra responsabilidad, no la de los demás. Nosotros somos responsables de nuestro bienestar y autocuidado. Y parece que lo olvidamos para dedicarnos a completar esa lista infinita de tareas pendientes.
Es cierto que vivimos muy ocupados, pero estamos olvidando lo importante a base de ir corriendo de una a otra obligación. Pensamos que esto no tiene consecuencias, pero no es cierto. Tarde o temprano nuestra calidad de vida disminuye y llegamos a enfermar, física y psicológicamente. Y entonces tendremos que parar, pero parar de verdad, para poder curar. Pero eso lo vemos demasiado tarde.